miércoles, 17 de octubre de 2007

EL PASADO

EL PASADO
Antonio C. Rabilero


Recuerdo de una lectura de Marx[1], hace ya muchos años; que el filósofo, un tanto desconcertado ante el arte griego, se interrogaba del porqué las estatuas y otros testimonios de esa cultura causaban una profunda impresión, tenían algo que decir a un hombre que había sometido a una crítica profunda y radical lo que denominara como la prehistoria de la humanidad: es decir, la historia de la sociedad dividida en clases. Un hombre que sentía que nada lo identificaba con aquella sociedad esclavista.

Generalmente sin conciencia de ello, cargamos con el legado del pasado, del quehacer de muchas generaciones que progresivamente conformaron el mundo en que vivimos y, nos guste o no, modelaron a nosotros mismos. Con las palabras del poeta[2]: <> (Before born out from my mother, generations guided me).

El problema estriba en la forma de asumir el pasado, más aún el pasado que forma parte de nuestras vivencias personales, más o menos directamente. Instintivamente tendemos si no a borrar, por lo menos a sepultar en el desván de la memoria[3] cada hecho traumático o por lo menos desagradable y así nos vamos forjando una imagen idílica y edulcorada del pasado, que Erasmo de Rótterdam achacaba a la –para él saludable- locura humana[4]; aunque por razones –también de locura humana- pero de signo contrario, podemos muy bien pasarnos la vida en compañía de tenebrosos espectros de antaño. Por regla general, padecemos ambas formas de locura y utilizamos -a conveniencia- el tamiz de la memoria para dejar pasar en cada ocasión lo que nos conviene: felicidad y bienestar pasados, pero también resentimientos y rencores.

En el caso de nuestro archipiélago, el pasado hace alusión –casi siempre- al período republicano anterior a la Revolución, denostado por unos como la neocolonia o seudorepública, o en su lugar recordado por otros –generalmente fuera de Cuba- como un paraíso; respecto a lo cual cito las palabras de Mons. Carlos Manuel de Céspedes: <>[5].

El regodeo en la rememoración y la añoranza de un pasado del cual solo dejamos pasar lo bueno –para quien recuerda, por supuesto- por el referido tamiz de la memoria, aparte de ser ejercicio vano y una inútil pérdida de tiempo, puede conducir a tonterías tales como la de imprimir, en los EEUU, para la venta (hay tales compradores) los directorios telefónicos de La Habana y del resto de Cuba nada menos que del año 1958, esa bella época según reza el anuncio correspondiente[6]. Al respecto, tan solo cabe hacerse una pregunta: ¿Para quiénes, de los que viven del otro lado del Estrecho de La Florida, pudo corresponder precisamente ese año de 1958, con los numerosos asesinatos y torturas por parte de la dictadura de Batista, con una belle époque en Cuba?

Con frecuencia encontramos en miembros de nuestra Iglesia la nostalgia de un pasado republicano del que solo se recuerda la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en las viviendas, las nutridas procesiones, los colegios religiosos (que la mayoría de los cubanos no podían pagarles a sus hijos) y hasta la gente bien. Nada más. Por otro lado, la visión peyorativa que rememora el pasado republicano completamente sombrío soslaya que, no obstante Pino Santos[7] tener razones para lo que denomina el Asalto a Cuba por la oligarquía financiera yanqui, y aún toda la desigualdad e injusticia social que se generó entonces; se logró en un tiempo relativamente breve, recuperar la economía terminada de devastar[8] por la contienda del 95 al 98: el valor de las exportaciones de la Isla pasó de 45,1 millones de pesos en 1899 a 150,8 millones en 1910; mientras que el rebaño de ganado vacuno había crecido desde 376,6 miles de cabezas al terminar la guerra, hasta 3,2 millones en el referido año de 1910[9]. Hay que cuidarse del malsano maniqueísmo que abunda a la hora de analizar tanto el presente como el pasado de la nación: o blanco inmaculado, o por el contrario como si todo estuviera cubierto por una espesa capa de hollín.

Además, esa misma república que nació mutilada por la Enmienda Platt y maniatada en lo económico por el Tratado de Reciprocidad[10] fue capaz de dar, de los primeros nacidos y/o educados en ella, el más recio, notable e irrepetible grupo de intelectuales de la historia de Cuba: la denominada generación del 30 y, dentro de ella, quien –sin lugar a dudas- ha sido uno de los cubanos de mayor civismo, lucidez y honradez intelectual: Rubén Martínez Villena, notable poeta por demás; de vida efímera como un relámpago, cuya luz alumbra todavía, a pesar de injustas postergaciones y olvidos[11].

Así mismo, por sobre el legado que hayamos podido recibir de la intelectualidad republicana, de sus escritores y artistas; la herencia más importante es la música popular, la más genuina expresión del alma de la nación, del espíritu del pueblo cubano. No seríamos lo que somos sin la vieja trova, sin el bolero, ni el son y otras manifestaciones musicales, si no existieran las canciones de Sindo Garay, de Manuel Corona, de Los Matamoros, María Teresa Vera y tantos que es imposible de enumerar. De ese pasado siempre seremos deudores y lo peor que podría suceder es que en nombre de cualquier idea, de cualquier creencia, intentemos olvidarlo y peor aún borrarlo.

Todo lo nuevo significa una ruptura con el pasado, pero lo nuevo solo habrá de perdurar si esa ruptura se da como continuidad: la mayor ruptura de la historia la encarnó Jesús no solo en relación con las tradiciones del pueblo judío, sino también respecto a la greco-latina; pero en ambas culturas se afincó el cristianismo dándoles una nueva perspectiva, un radical sentido de trascendencia.

Es en ese sentido de continuidad que se asienta mi predilección por las canciones de Silvio Rodríguez, un iconoclasta contumaz que ha entroncado su obra con lo más genuino de la tradición musical cubana, no solo la trovadoresca, y a propósito de este panfleto que escribo, coincido con él cuando canta:

<<…..No quisiera un fracaso,

en el sabio delito que es recordar,

ni en el inevitable defecto,

que es la nostalgia,

de las cosas pequeñas y tontas…..>>[12],

Porque como dijimos en ocasión anterior, recordar significa, literalmente, volver a pasar por el corazón. . Quizás pudiera pensarse que esta afinidad está dada porque ambos nacimos el mismo mes de igual año; sin embargo, Lecuona, que vivió en otra época y en un medio social con el cual nada me identifica, amén de que su cultura y educación transcurrieron por derroteros completamente distintos a los míos, siempre me logra conmover con sus canciones y en general su obra musical, a propósito de lo cual debo confesar que en el vasto y rico historial de la música cubana jamás he encontrado una estrofa que exprese de forma tan hermosa y cabal el amor, y a la vez el amor a Cuba:

“Como el arrullo de palma, en la llanura.

Como el trinar del sinsonte, en la espesura.

Como del río apacible, el lírico rumor.

Como el azul de mi cielo, así es mi amor.”

¿Qué me vincula con Lecuona? ¿Qué pudo haber vinculado a Marx con Praxiteles?

La tremenda similitud genética, la descendencia de antepasados comunes, es una verdad científica; pero trascendiéndola existe otra Verdad: todos somos hijos de Dios.



[1] Pero no logro recordar en cual obra.

[2] Walt Wihtman: “Canto a mí mismo”.

[3] Donde tanto hurgó Freud y hurgan aún los sicoanalistas.

[4] Ver de Erasmo de Rótterdam: Elogio de la locura.

[5] Mons. Carlos Manuel de Céspedes: El rearme ético de nuestra sociedad cubana, Cuadernos del Aula, Centro Fray Bartolomé de las Casas, La Habana, 2004, p 9.

[6] Anuncio aparecido en la revista Ideal, n 330 del año 2004, publicada en Miami.

[7] Oscar Pino Santos, obra homónima. Casa de las Américas, 1973.

[8] Sin contar las 400 mil vidas que costó la gesta independentista.

[9] Para una población de 2,2 millones de habitantes en esa fecha. Además, Hay que tener en cuenta que entre 1902 y 1931 ingresaron en Cuba 1´285011 inmigrantes, el 56,8% procedente de España: No se emigra a un país donde no exista –por lo menos- la oportunidad de conseguir empleo y mantener una familia. Los datos han sido tomados de Oscar Zanetti: Los cautivos de la reciprocidad, Editorial ENPES, La Habana, 1989. Atlas Demográfico Nacional de Cuba, 1985; y de la edición extraordinaria dedicada al centenario del Diario de La Marina, Cuba, 1957.

[10] Oscar Zanetti: Obra citada.

[11] Como la imperdonable ausencia de Villena en la retahíla de nombres citados por el poeta César López en la inauguración de la XVI Feria del Libro de La Habana en este año 2007.

[12] Silvio Rodríguez: De la ausencia y de ti. El subrayado es nuestro.

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