viernes, 8 de enero de 2010

TENER Y NO TENER

Aunque pudiera parecerlo, este panfleto no estará dedicado a la obra del gran escritor norteamericano Ernest Heminway[1]. En realidad se trata de lo que en clave marxista es la relación entre ser social y conciencia social y, en términos más terrenales, a la relación existente entre el comportamiento humano y las condiciones materiales de su existencia, el vínculo entre ética y economía. Asunto que en el ámbito de nuestra nación tiene tintes muy particulares independientemente de lo común a todos los seres humanos y sociedades.

Indudablemente hay numerosos ejemplos de hombres que desdeñaron los placeres y bienes de este mundo; como el filósofo Diógenes de Sinope[2]; quien decía que <>[3] o como san Francisco de Asís quien con plena convicción expresaba: <>6. Mucho más cercano en el tiempo, tenemos el ejemplo de Teresa de Calcuta.

Estos hombres y mujeres ascetas, santos muchos de ellos, quienes vivieron una vida de renuncia a los bienes y más aún placeres terrenales, no obstante su general dedicación y entrega al prójimo tienen algo en común: salvo raras excepciones, nunca tuvieron que enfrentar la dura tarea de atender y tratar de satisfacer las necesidades materiales de existencia de una familia, más aún en condiciones de escasez de recursos monetarios y materiales, incluso extrema pobreza; trasmitir a los hijos los valores éticos y morales –no necesariamente religiosos, aunque casi todas las religiones los sustentan- que son sustancia indispensable en el tejido social.

Engels expresó que <>[4]. Ergo: aunque no solo de pan vive el hombre, sin pan no es posible su existencia misma; mas prefiero esta expresión reciente: no solo de pan vive el hombre: de pan bendecido[5].

Se cuanto asusta en nuestra Iglesia, el nombre de Marx; pero a pesar de su crítica a la religión dentro de su crítica general a la sociedad capitalista y a la tesis de que la codicia humana pudiera ser la fuente de la felicidad y el bienestar de todos[6]; no es posible pasar por alto –sin caer en el dogmatismo que caracterizó a la mayoría de los comunistas después de Marx- la influencia de las condiciones económicas de la vida de los hombres en el modo de pensar y comportarse en sociedad.

Hablo de esto porque en una sociedad como la cubana -caracterizada a lo largo de medio siglo por lo que podríamos denominar escasez permanente de bienes y servicios, agudizada a partir del inicio de los 90 con el Período Especial y para colmo enfrentada ahora a la secuela destructiva de tres huracanes consecutivos que dadas las transformaciones climáticas en proceso podrían muy bien repetirse en el futuro cercano- estamos inmersos en una crisis profunda de los valores socialistas y del paradigma del Hombre nuevo, consecuencia directa del fracaso de lo que se dio en llamar El Futuro Luminoso del Comunismo para toda la humanidad, y la pretensión de que el estado socialista sería capaz de –mediante la planificación perfecta, espejo del mercado perfecto- resolverlo todo, de garantizarlo todo, de que por el hecho de ser marxista tenía resueltas todas las ecuaciones de la historia y halladas todas las soluciones posibles, algo que hubiera escandalizado al propio Marx.

Todo: desde la croqueta y la guachipupa hasta la producción de acero, cemento y la construcción de viviendas y fábricas; la cría de vacas que habrían de cubrir toda la isla como nunca antes y, más aún, la formación de las nuevas generaciones en los valores socialistas bien lejos de la negativa influencia de padres y abuelos, merced de las nuevas escuelas en el campo. Sin lugar a dudas, la Revolución –fundamentalmente en esa primera etapa caracterizada por el romanticismo y la entrega desinteresada- acrecentó valores ya existentes desde mucho antes en nuestro pueblo, tales como el sentido de justicia y solidaridad, incluso más allá de nuestras fronteras, el espíritu de sacrificio en pos de un futuro mejor para nuestros hijos, valores que tienen sus raíces y fundamento en el cristianismo, como lo tiene también el propio ideal socialista.

Nos hemos pasado toda la etapa revolucionaria criticando justamente la sociedad de consumo pero como frecuentemente sucede, hemos perdido el sentido del equilibrio, aunque no se trata de correr detrás del último artefacto salido a la venta, ni aspirar tampoco a vivir en mansiones con piscinas que implicarían miserables ranchos para otros; pero en ese defecto que es llevar una virtud al extremo, hemos terminado por acumular tantas prohibiciones y limitaciones absurdas -incluso aberraciones jurídicas como multar a la víctima del robo de una res- que han agravado, innecesariamente, las condiciones de vida de nuestro pueblo; prohibiciones que gracias a Dios parece que comienzan a desaparecer no obstante las evidentes reticencias de burócratas y furibundos.

Lo he dicho antes y lo sostendré siempre: Nada me vincula al capitalismo que conocí antes de Enero del 59 ni al que he podido conocer hoy día fuera de Cuba; pero no es posible pasarnos la vida postergando las necesidades más urgentes de la mayoría de nuestro pueblo: el diario comer y las condiciones de extrema pobreza en la vivienda de tantos en aras de metas consideradas políticamente más convenientes; porque sencillamente se trata del destino de

LA PATRIA

Sin pretender adentrarme en el proceso de surgimiento de los conceptos de nación y estado a partir de lo que Morgan denominó gens[1] y para simplificar un tanto podemos decir que el concepto –o más bien el sentimiento- de patria antecede al de nación; pues aquella se refiere en sus orígenes latinos al lugar de los padres, es decir, donde uno ha nacido y por tanto tiene una connotación de carácter más afectivo y en general psicológico; mientras que nación es más bien un concepto de índole estatal y jurídica que implica dominio y/o soberanía sobre un territorio o asentamiento determinado; no obstante lo cual hoy día se hace difícil separar ambos conceptos; pero a riesgo de esquematizar podríamos decir que el concepto de nación concierne a lo racional y lógico, mientras que el de patria pertenece a los dominios de lo emotivo y el corazón.

No obstante lo dicho más arriba, si algo ha caracterizado a la historia humana han sido las migraciones incluso de pueblos enteros entre las que destacan las sucesivas oleadas de aqueos, jonios y dóricos que dieron lugar a la civilización y cultura griegas, fundamento desde el cual arranca la civilización occidental; el desgajamiento del clan de Abram (después Abraham) desde tierras caldeas hasta la Tierra Prometida y surgimiento subsiguiente del pueblo de Israel, que hubo de experimentar varios abandonos de sus tierras por fuerza de las circunstancias y finalmente entre el siglo I y II de la era cristiana perder su propia nación y terminar dispersados por el mundo de entonces, aunque ahí no terminaron sus migraciones a causa de las persecuciones y expulsiones de diversos países, no obstante lo cual han mantenido como pueblo un fuerte vínculo de identidad étnica y religiosa.

Por otro lado las guerras e invasiones motivaron constantes mezclas entre diversos pueblos, lo que se tradujo en la mejora de sus cualidades físicas e intelectuales y el enriquecimiento de las culturas, porque no obstante la destrucción de algunas por los vencedores, estos terminaron asimilando parte de las costumbres y tradiciones de los vencidos. A ello se agregan también las migraciones por causas económicas: plagas y sequías y otras catástrofes naturales que arruinaron las fuentes de supervivencia y obligaron a los habitantes del lugar a emigrar en pos de sobrevivir; amén de que con la llegada de Colón a América se abrió un nuevo mundo para la vida de muchos habitantes de una Europa desgastada económicamente.

Nuestra propia nación se formó de oleadas de otros pueblos: primero de los conquistadores españoles y luego de los africanos traídos como esclavos de los primeros, amén de cierto mestizaje con la población autóctona que pereció en gran número a causa de los maltratos de aquellos. Incluso, luego de alcanzada la independencia de España, entre 1902 y 1931 ingresaron en Cuba 1´285011 inmigrantes, el 56,8% procedente de España[2] (todos gallegos, que fueron la mayoría, para los cubanos). En este tremendo flujo migratorio también llegaron a Cuba numerosos sirios y libaneses (generalmente cristianos maronitas) a quienes agrupamos bajo la denominación genérica de moros; mientras que polacos fueron bautizados todos los judíos debido al país de procedencia de la mayoría de ellos, a los que hay que agregar los chinos casi por completo mezclados con el resto de los habitantes. A los anteriores hay que agregar los miles de haitianos y otros caribeños que traídos a trabajar temporalmente en las zafras azucareras terminaron por quedarse para siempre en la isla. Al final, salvo excepciones, los descendientes de todos estos inmigrantes terminaron por considerarse y ser considerados cubanos; aunque también hubo gente que desde Cuba emigró a otros países por entonces y a lo largo de los años de la República anterior a la etapa revolucionaria.

Precisamente con el triunfo revolucionario del 1º de Enero de 1959 se inicia el proceso mayoritariamente inverso de la emigración, aunque a lo largo de estos años algunos miles de extranjeros, exiliados políticos principalmente latinoamericanos, se establecieron temporal o definitivamente en Cuba.

La sostenida emigración a lo largo de este medio siglo ha tenido momentos singulares o álgidos como lo fueron Camarioca y el Mariel, o la llamada Crisis de los balseros en lo más agudo del llamado Período Especial y por fortuna ya no es vista como un hecho político, incluso casi delictivo como en los 60, sino como consecuencia de las carencias económica y también por el inevitable deseo de reunificación familiar, sin olvidar que la llamada Ley de Ajuste Cubano es un tremendo incentivo para la emigración ilegal y hasta graves actos delictivos que han puesto en peligro e incluso han provocado la muerte de personas en sus intentos por alcanzar las costas de Norteamérica y dado lugar a un execrable negocio.

Aunque confieso que cada vez que alguien abandona el archipiélago siento como si se arrancara un pedacito a la patria, es decir, al corazón de la nación; siempre he estado convencido de que cada quien es libre de vivir donde considere e incluso renunciar no solo a la ciudadanía cubana sino a todo vínculo con la tierra que le vio nacer y casi siempre crecer: “Se tomó la coca-cola del olvido” es expresión cubana que califica a quienes una vez fuera de Cuba cortan todo vínculo incluso con amigos y familiares. Pero de la misma forma que reconozco ese derecho a los nacidos y que vivieron aquí e incluso a volver cada vez que deseen, también digo que el destino de la Patria y la Nación (así, con mayúsculas) lo decidiremos los que vivimos en Cuba, quienes han estado y siguen aquí, contra viento y marea, quienes contra toda esperanza mantienen la esperanza. Por muy fuertes que sean los sentimientos de identidad nacional y los lazos con la patria de origen, quienes fijan residencia definitiva en otro país con frecuencia vinculan sus destinos e intereses personales a los de la nación de residencia.

Por supuesto que ha habido quienes como Félix Varela, Salvador Cisneros, los hermanos Maceo, José Martí y otros muchos patriotas de las gestas independentistas vivieron muchos años exiliados precisamente por amor y entrega incondicional a Cuba; no como medio de vida y más aún enriquecimiento como ha ocurrido y ocurre con algunos que viven en otras latitudes, fundamentalmente a septentrión del archipiélago[3].

Hablo de esto porque el gobierno español, ante el hecho de que la natalidad de su país es tan baja que la población decrece y además escasea la gente necesaria para las fuerzas armadas; ha decidido extender el derecho de ciudadanía no solo a los hijos sino también a los nietos de ciudadanos españoles, lo cual ha dado lugar a mucho revuelo y largas colas ante el consulado hispano no solo en nuestra capital, sino también en otros países, pues muchos aprecian, entre otras, la ventaja de que una vez ciudadanos españoles pueden entrar sin restricciones a los EEUU.

Como nieto de español que soy por línea materna, uno que otro primo e incluso conocidos me han alentado a intentar obtener la ciudadanía española y aunque reitero que cada quien tiene el derecho de elegir la ciudadanía que estime y/o convenga; he de confesar que en mi caso tal actuar tendría la connotación de casi un ultraje a la memoria de quienes desde Varela y Céspedes, hasta Martí y los Maceo; dedicaron o dieron sus vidas por la independencia de Cuba, por podernos llamar con pleno derecho cubanos.

Sobre que la gente se transforme en ciudadano español no tengo nada que objetar, lo que si me motivó fue la ufana declaración de un joven médico cubano a su llegada a la península ibérica[4], quien según las noticias era el primer beneficiado con estas disposiciones. Las palabras en cuestión fueron las siguientes: <<Cuba me dio el cuerpo, España el corazón>>.

En este caso no hay problemas para mi pues la Patria sigue intacta y albergo la esperanza de que el corazón que le han otorgado o implantado en España (en realidad no se como decirlo) no sea del mismo material de los adoquines, que embarcados como lastre, nos dejaron los barcos españoles que durante siglos vinieron a saquear las riquezas de Cuba.



[1] Para los que interese el tema pueden consultar de F. Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el estado; así como también de R. E. Turner Las grandes culturas de la humanidad (2 tomos) e Historia de la civilización de V. Gordon Childe; todos publicados en Cuba.

[2] Oscar Zanetti: Los cautivos de la reciprocidad, Editorial ENPES, La Habana, 1989

[3] Al respecto me guío por los comentarios de Alejandro Armengol en su blog Cuaderno de Cuba, publicados en el Nuevo Herald de Miami, USA.

[4] La Vanguardia.es. Febrero 6 de 2009. Prácticamente toda la prensa escrita de España se hizo eco del hecho.

CATÁSTROFES Y ESPERANZAS

Desde hace algunos años eminentes y encumbrados científicos están enfrascados en la para mi bizantina y absurda discusión de si Dios tuvo opciones a la hora de crear el universo. Dicho en otras palabras: si Dios –todopoderoso- pudo crear un universo, y por extensión un planeta Tierra, distinto del actual o si por el contrario solo era posible crear el que conocemos; lo cual introduce cuando menos una duda sobre la omnipotencia de Dios y en consecuencia sobre su existencia misma.

Como hombre de fe, pero también dedicado a la actividad científica, estoy convencido que cualquier forma de existencia material presenta fenómenos que siempre serán expresados mediante conceptos -y sus correspondientes formulaciones matemáticas- termodinámicos; o si se quiere, todo sistema material obedecerá a las leyes de la Termodinámica y por tanto estará sometido a cambios y transformaciones. A escala planetaria, y más aún en el caso específico de nuestro planeta, eso se traduce en volcanes, terremotos, huracanes y otros fenómenos de gran intensidad energética que causan –inevitablemente- catástrofes naturales y consecuentes pérdidas de bienes y más aún de vidas humanas.

¿Qué significa eso para nuestra fe? ¿Acaso una forma de castigo a los hombres pecadores por Dios todopoderoso? ¿Sucesivas reediciones del diluvio universal? Podemos contestar: misterios de Dios y sanseacabó; lo cual nos puede llevar, casi seguro, a considerar tales catástrofes como fruto de la acción de Dios.

No tengo ningún reparo en decir: Creo en Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra... Además, no obstante creer en la acción milagrosa de Dios, en la ocurrencia de eventos que podríamos denominar –desde el punto de vista científico si se quiere- como de probabilidad nula; no creo, no puedo creer, en que ninguna de esas catástrofes naturales, tampoco las aéreas o de otro tipo en las que intervienen los hombres, sea obra de Dios, tampoco que Él utilice uno de esos terribles eventos para decirnos algo. Me sería muy difícil entenderme con un Dios así.

Quizás mi visión evolucionista del universo y la influencia –junto con mucha otra gente- de Teilhard du Chardin[1] en mi pensamiento, en mi fe, me han llevado a la conclusión de que precisamente la gracia de Dios está en ser fuente y camino de la vida y la vida misma, eterna, en este mundo complejo y pleno de eventos que amenazan la vida material del hombre y su propia existencia terrenal. Es Él quien le da sentido a nuestra vida y la hace trascendente y a la vez es Su Amor fuente de nuestra esperanza y luz que alumbra el camino hacia la salvación y la vida eterna; lo cual no excluye ni borra el dolor, el sufrimiento: el propio Jesucristo lloró la muerte de su amigo Lázaro y más aún experimentó en carne propia el dolor y el sufrimiento.

Lo que si creo es que Dios siempre ha estado presente en nuestra existencia, dispuesto no solo a atender nuestras súplicas, sino también y por sobre todo a sostenernos en los momentos más difíciles de nuestras vidas, a descubrir el sentido de nuestra existencia, la trascendencia de nuestras vidas en Su infinito Amor y eterna Misericordia; fuente inagotable de nuestra Esperanza.

No se trata de consuelo de tontos, como podrían pensar algunos distantes de nuestra fe; sino de la íntima convicción, la plena seguridad, la esperanza inquebrantable en que pase lo que pase Él siempre estará con nosotros; lo cual no significa que nos sentemos a rezar y esperar, sino a encontrar fuerzas en el Espíritu que nos anima para seguir adelante en pos del Reino, cuyo camino comienza precisamente en este mundo que no es simplemente un valle de lágrimas, sino el mundo donde vivimos, sufrimos y también nos alegramos; más aún, sentimos la inefable dicha de ser hijos de Dios.

Como habrán podido adivinar, escribo todo esto a causa de la doble catástrofe que ha significado para nuestro pueblo el paso sucesivo de dos terribles huracanes que han dejado una vasta estela de destrucción material y agudizando de modo dramático las difíciles condiciones de vida de nuestros compatriotas.

Si bien estas catástrofes dejan una terrible secuela de daños materiales y aún perdidas de vidas humanas, es de espanto –no encuentro otra palabra- descubrir las catástrofes morales, el hundimiento de la condición humana en esperpentos que han sido capaces de sentir alegría, malamente disimulada o sencillamente descarada, ante estas desgracias de nuestro pueblo; deseosos de que la agudización de las dificultades y carencias que enfrentamos den lugar a disturbios y revueltas que conduzcan a la restauración del antiguo régimen existente en Cuba antes de 1959[2]. ¿Son cubanos quienes así se expresan, aunque nacieran aquí? ¿Son cristianos, aunque cuelguen de sus cuellos crucifijos y medallas? En fin, ¿son seres humanos?

Cualquiera podría decir -con todo derecho- que puedo escribir esas cosas porque a mi no me afectó ninguno de los dos huracanes, lo cual es una verdad a medias: No dañó mi casa ni ninguno de los bienes que poseemos en ella; pero, al igual que a mi, la tragedia nos afecta a todos los cubanos: seguro estoy que a la mayoría de nuestros compatriotas no les faltan familiares, también amigos, afectados; pero además las consecuencias económicas y sociales nos afectarán por años a casi todos.

Gracias a Dios hubo escasas víctimas mortales. Gracia que se expresó en la solidaridad de quienes brindaron sus viviendas para albergar a otros, para guardar pertenencias y bienes de vecinos y amigos; de los responsabilizados con las acciones preventivas, de las instituciones encargadas; en la preocupación y ocupación en bien del prójimo y precisamente ahí se hace presente Dios, no importa las creencias de cada cual y es, en esa solidaridad de todos para con todos, que se manifiesta Su Amor y el Espíritu anima nuestros corazones levantándonos –una vez más- para seguir adelante.

Contrario a lo que podrían pensar muchos, dadas las circunstancias históricas del devenir de nuestra nación, estoy convencido que –descontando cualquier consideración de índole política e ideológica- si algo anima a la gran mayoría de los cubanos está más allá de todas las razones y la razón misma: Nos sostiene y nos mueve una fe y una esperanza que si bien no tendría el mismo nombre para todos, estoy convencido de que es obra de la presencia de Dios entre nosotros, de la amorosa intercesión de nuestra Madre y Patrona: María de la Caridad. Precisamente nunca más oportuno en nuestra historia el lema del trienio preparatorio de los cuatro siglos de presencia de su pequeña imagen entre los cubanos: La Caridad nos une. La caridad, la solidaridad, el amor al prójimo, expresión del amor de Dios, nos hará tener esperanza, salir adelante otra vez. En ese sentido, el llamado de nuestros obispos[3] debe servirnos de guía en la personal contribución y esfuerzo en pos de ayudar a nuestros hermanos.


[1] Pierre Teilhar du Chardin: S.J. (1881-1955). Sacerdote jesuita francés, su concepción de la evolución, considerada ortogenista y finalista, equidistante en la pugna entre la ortodoxia religiosa y científica, propició que entonces fuese incomprendido por ambas. Además fue un notable paleontólogo y filósofo que aportó una muy personal y original visión de la evolución.

[2] El acceso a Internet me ha permitido leer muchas, demasiadas, opiniones de quienes que se expresan así, casi siempre desde el anonimato y para ello basta leer comentarios y opiniones en publicaciones tales como El Nuevo Herald, de Miami, o en sitios Web como CubaLibreDigital, originado en Suecia.

[3] Ver el llamado del 15 de Septiembre de Mons. Dionisio, Arzobispo de Santiago de Cuba. Días antes, después del paso del Gustav, el Cardenal Ortega había hecho una declaración con igual propósito.