viernes, 8 de enero de 2010

LA PATRIA

Sin pretender adentrarme en el proceso de surgimiento de los conceptos de nación y estado a partir de lo que Morgan denominó gens[1] y para simplificar un tanto podemos decir que el concepto –o más bien el sentimiento- de patria antecede al de nación; pues aquella se refiere en sus orígenes latinos al lugar de los padres, es decir, donde uno ha nacido y por tanto tiene una connotación de carácter más afectivo y en general psicológico; mientras que nación es más bien un concepto de índole estatal y jurídica que implica dominio y/o soberanía sobre un territorio o asentamiento determinado; no obstante lo cual hoy día se hace difícil separar ambos conceptos; pero a riesgo de esquematizar podríamos decir que el concepto de nación concierne a lo racional y lógico, mientras que el de patria pertenece a los dominios de lo emotivo y el corazón.

No obstante lo dicho más arriba, si algo ha caracterizado a la historia humana han sido las migraciones incluso de pueblos enteros entre las que destacan las sucesivas oleadas de aqueos, jonios y dóricos que dieron lugar a la civilización y cultura griegas, fundamento desde el cual arranca la civilización occidental; el desgajamiento del clan de Abram (después Abraham) desde tierras caldeas hasta la Tierra Prometida y surgimiento subsiguiente del pueblo de Israel, que hubo de experimentar varios abandonos de sus tierras por fuerza de las circunstancias y finalmente entre el siglo I y II de la era cristiana perder su propia nación y terminar dispersados por el mundo de entonces, aunque ahí no terminaron sus migraciones a causa de las persecuciones y expulsiones de diversos países, no obstante lo cual han mantenido como pueblo un fuerte vínculo de identidad étnica y religiosa.

Por otro lado las guerras e invasiones motivaron constantes mezclas entre diversos pueblos, lo que se tradujo en la mejora de sus cualidades físicas e intelectuales y el enriquecimiento de las culturas, porque no obstante la destrucción de algunas por los vencedores, estos terminaron asimilando parte de las costumbres y tradiciones de los vencidos. A ello se agregan también las migraciones por causas económicas: plagas y sequías y otras catástrofes naturales que arruinaron las fuentes de supervivencia y obligaron a los habitantes del lugar a emigrar en pos de sobrevivir; amén de que con la llegada de Colón a América se abrió un nuevo mundo para la vida de muchos habitantes de una Europa desgastada económicamente.

Nuestra propia nación se formó de oleadas de otros pueblos: primero de los conquistadores españoles y luego de los africanos traídos como esclavos de los primeros, amén de cierto mestizaje con la población autóctona que pereció en gran número a causa de los maltratos de aquellos. Incluso, luego de alcanzada la independencia de España, entre 1902 y 1931 ingresaron en Cuba 1´285011 inmigrantes, el 56,8% procedente de España[2] (todos gallegos, que fueron la mayoría, para los cubanos). En este tremendo flujo migratorio también llegaron a Cuba numerosos sirios y libaneses (generalmente cristianos maronitas) a quienes agrupamos bajo la denominación genérica de moros; mientras que polacos fueron bautizados todos los judíos debido al país de procedencia de la mayoría de ellos, a los que hay que agregar los chinos casi por completo mezclados con el resto de los habitantes. A los anteriores hay que agregar los miles de haitianos y otros caribeños que traídos a trabajar temporalmente en las zafras azucareras terminaron por quedarse para siempre en la isla. Al final, salvo excepciones, los descendientes de todos estos inmigrantes terminaron por considerarse y ser considerados cubanos; aunque también hubo gente que desde Cuba emigró a otros países por entonces y a lo largo de los años de la República anterior a la etapa revolucionaria.

Precisamente con el triunfo revolucionario del 1º de Enero de 1959 se inicia el proceso mayoritariamente inverso de la emigración, aunque a lo largo de estos años algunos miles de extranjeros, exiliados políticos principalmente latinoamericanos, se establecieron temporal o definitivamente en Cuba.

La sostenida emigración a lo largo de este medio siglo ha tenido momentos singulares o álgidos como lo fueron Camarioca y el Mariel, o la llamada Crisis de los balseros en lo más agudo del llamado Período Especial y por fortuna ya no es vista como un hecho político, incluso casi delictivo como en los 60, sino como consecuencia de las carencias económica y también por el inevitable deseo de reunificación familiar, sin olvidar que la llamada Ley de Ajuste Cubano es un tremendo incentivo para la emigración ilegal y hasta graves actos delictivos que han puesto en peligro e incluso han provocado la muerte de personas en sus intentos por alcanzar las costas de Norteamérica y dado lugar a un execrable negocio.

Aunque confieso que cada vez que alguien abandona el archipiélago siento como si se arrancara un pedacito a la patria, es decir, al corazón de la nación; siempre he estado convencido de que cada quien es libre de vivir donde considere e incluso renunciar no solo a la ciudadanía cubana sino a todo vínculo con la tierra que le vio nacer y casi siempre crecer: “Se tomó la coca-cola del olvido” es expresión cubana que califica a quienes una vez fuera de Cuba cortan todo vínculo incluso con amigos y familiares. Pero de la misma forma que reconozco ese derecho a los nacidos y que vivieron aquí e incluso a volver cada vez que deseen, también digo que el destino de la Patria y la Nación (así, con mayúsculas) lo decidiremos los que vivimos en Cuba, quienes han estado y siguen aquí, contra viento y marea, quienes contra toda esperanza mantienen la esperanza. Por muy fuertes que sean los sentimientos de identidad nacional y los lazos con la patria de origen, quienes fijan residencia definitiva en otro país con frecuencia vinculan sus destinos e intereses personales a los de la nación de residencia.

Por supuesto que ha habido quienes como Félix Varela, Salvador Cisneros, los hermanos Maceo, José Martí y otros muchos patriotas de las gestas independentistas vivieron muchos años exiliados precisamente por amor y entrega incondicional a Cuba; no como medio de vida y más aún enriquecimiento como ha ocurrido y ocurre con algunos que viven en otras latitudes, fundamentalmente a septentrión del archipiélago[3].

Hablo de esto porque el gobierno español, ante el hecho de que la natalidad de su país es tan baja que la población decrece y además escasea la gente necesaria para las fuerzas armadas; ha decidido extender el derecho de ciudadanía no solo a los hijos sino también a los nietos de ciudadanos españoles, lo cual ha dado lugar a mucho revuelo y largas colas ante el consulado hispano no solo en nuestra capital, sino también en otros países, pues muchos aprecian, entre otras, la ventaja de que una vez ciudadanos españoles pueden entrar sin restricciones a los EEUU.

Como nieto de español que soy por línea materna, uno que otro primo e incluso conocidos me han alentado a intentar obtener la ciudadanía española y aunque reitero que cada quien tiene el derecho de elegir la ciudadanía que estime y/o convenga; he de confesar que en mi caso tal actuar tendría la connotación de casi un ultraje a la memoria de quienes desde Varela y Céspedes, hasta Martí y los Maceo; dedicaron o dieron sus vidas por la independencia de Cuba, por podernos llamar con pleno derecho cubanos.

Sobre que la gente se transforme en ciudadano español no tengo nada que objetar, lo que si me motivó fue la ufana declaración de un joven médico cubano a su llegada a la península ibérica[4], quien según las noticias era el primer beneficiado con estas disposiciones. Las palabras en cuestión fueron las siguientes: <<Cuba me dio el cuerpo, España el corazón>>.

En este caso no hay problemas para mi pues la Patria sigue intacta y albergo la esperanza de que el corazón que le han otorgado o implantado en España (en realidad no se como decirlo) no sea del mismo material de los adoquines, que embarcados como lastre, nos dejaron los barcos españoles que durante siglos vinieron a saquear las riquezas de Cuba.



[1] Para los que interese el tema pueden consultar de F. Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el estado; así como también de R. E. Turner Las grandes culturas de la humanidad (2 tomos) e Historia de la civilización de V. Gordon Childe; todos publicados en Cuba.

[2] Oscar Zanetti: Los cautivos de la reciprocidad, Editorial ENPES, La Habana, 1989

[3] Al respecto me guío por los comentarios de Alejandro Armengol en su blog Cuaderno de Cuba, publicados en el Nuevo Herald de Miami, USA.

[4] La Vanguardia.es. Febrero 6 de 2009. Prácticamente toda la prensa escrita de España se hizo eco del hecho.

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